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En nuestros días y en las tradiciones paganas actuales, la palabra
sacerdotisa y bruja suelen aparecer en los mismos contextos. Sé que os ha
llamado la atención porque algunas de vosotras me habéis preguntado cuál
es la diferencia entre ellas. Ya os he comentado en alguna ocasión que a lo
largo de la Historia las sacerdotisas de religiones paganas han sido acusadas
de brujería. Adorar a Dioses ajenos era considerado brujería, cualquier rito
religioso extraño a quién lo veía, cualquier símbolo o práctica de pueblos
desconocidos era tachado de brujería, por lo que en sus inicios eran lo mismo.
Con el tiempo el concepto de bruja se desvirtuó y perdió su asociación al
sacerdocio, pero en los archivos de la Inquisición, entre los cargos con los
que se acusaba a las verdaderas brujas encontramos el de perpetuar cultos
precristianos y adorar a falsos dioses. Es decir, ser sacerdotisas de antiguas
religiones, o al menos ser las guardianas de lo que quedaba de ellas.
En la actualidad la mayoría de nosotras somos las dos cosas. Sé que
en el fondo son lo mismo, pero si tuviera que explicar la diferencia sería
ésta, la que dimos tres miembros de mi tradición cuando se nos hizo esta misma
pregunta durante una reciente entrevista:
La bruja es una mujer que estudia su relación con el mundo que la
rodea, desde que se levanta hasta que se acuesta (y aún mientras duerme)
percibe el ritmo del mundo en el que vive y su propio lugar en él. Presta
atención a los cambios que se producen y que le marcan el paso del tiempo y a
lo largo de sus años aprende a relacionarlos con sus propios cambios internos.
Es una mujer que experimenta con el poder que la naturaleza pone a su alcance,
incluido el suyo propio. Investiga las propiedades de las herramientas que la
tierra pone a su disposición: hierbas, piedras, agua, el viento, el fuego… su
propio cuerpo y su propia energía. Emplea muchas horas de su tiempo en aprender
de otros, de sí misma, de sus ciclos internos tan ligados a los externos del
planeta. Pasa incontables momentos viajando hacia dentro de sí misma para
conocerse y reconocerse. Y para encontrarse, dentro de sí, con la divinidad que
sabe que la habita.
La bruja levanta altares a antiguos Dioses de la vida y la muerte,
pero su relación con ellos es personal e íntima. Celebrará los cambios de las
estaciones y de las estrellas y creará miles de hechizos para hacer de su mundo
un sitio mejor. La mayor parte del tiempo trabajará sola. Su trabajo se aplica
sobre una sola persona. Ella. Si quiere dominar la magia debe conocer su
fuente, que es ella misma. Las revelaciones que tendrán lugar durante sus
incursiones en la naturaleza, se producirán sólo en ella porque están
provocadas por todo el conocimiento que ha adquirido antes.
A veces trabajará con otras para conjurar un objetivo común, o se
reunirá en un Aquelarre para celebrar fiestas mágicas, para compartir
conocimientos y crear lazos de unión. Para dar la bienvenida a nuevas brujas a
la comunidad o para enseñar a otras que empiezan en el camino. Las brujas de
nuestro tiempo creamos grandes redes que se extienden no sólo por el país, sino
por todo el mundo. Pero su evolución como persona, como mujer y como bruja,
será a solas.
La sacerdotisa realiza los mismos actos que la bruja, pero de cara
a una comunidad. Las sacerdotisas paganas no nos consideramos intermediarias
entre la divinidad y las personas porque no es necesario. Cada Ser está en
perpetuo contacto con la Diosa porque ya somos parte de Ella. Todas la llevamos
dentro, es parte de nuestra esencia por lo que la existencia de una figura
intermediaria es totalmente innecesaria. Pero lo que sí hacemos es facilitar a
los demás la forma de encontrarla, de restablecer un contacto que creían
perdido o que se ha olvidado. Realizaremos hechizos para la comunidad,
invocaremos a nuestra Diosa para traerla entre nosotras. Levantaremos altares
comunes para que todos puedan Honrarla.
La sacerdotisa también es la encargada de oficiar ceremonias
religiosas que atañen a toda la comunidad, somos nosotras quienes damos la
bienvenida y presentamos ante el mundo a los recién nacidos. Somos nosotras
quienes unimos las manos y los corazones de las parejas en sus matrimonios
mientras su amor dure. Somos nosotras quienes celebramos con las jóvenes su
menarquía y también celebramos con nuestras sabias la menopausia en su madurez.
Somos nosotras quienes damos soporte espiritual a cualquier miembro de la
comunidad que lo solicite y quienes acompañamos en su último viaje a aquellos
que regresan a la Madre.
Somos aquellas que repiten sus 10.000 nombres en alto para que no
se olviden. Para que se recuerden de nuevo. Somos la cabeza visible que sirve
de faro a todas las que la buscan a Ella. Todo nuestro trabajo está volcado
hacia el exterior.
Pero nada de esto sería posible si no contásemos con todo el
trabajo de bruja que hemos hecho con nosotras mismas. Con toda la sabiduría,
conocimientos y experiencias que hemos ido adquiriendo en nuestro trabajo
solitario.
Para mí, ambas son las dos caras de una misma función. La bruja es
la mujer que viaja a su interior en soledad para encontrarse con la Diosa,
aprender de Ella y comprender quién es ella como mujer y regresa al exterior
para mostrar al mundo, como sacerdotisa, el camino hacia Ella. Para ser su faro
y, en definitiva, guiar a todos aquellos que la buscan, para que puedan empezar
su propio viaje.
Las brujas sacerdotisas somos un umbral. Somos una puerta.
Somos la Voz que anuncia Su Regreso.
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